Era noche de María,
llegó la carnicería,
y siempre sin dudarlo,
en el medio de la sequía,
Don señor de la María
deme un poco de Neruda,
a través de la amargura
de sus obras sin censura,
sin ataduras,
sin miedo,
sin cura.
En el callejón sin fondo,
marchito, perdido en la oscuridad,
en el silencio de la noche,
en lo más hondo de las maléficas criaturas,
que se esconden entre las sombras,
apasionadas,
sin pensamiento oportuno
que denigre el alma,
el conocimiento,
la realidad misma,
que se esconde en el mundo,
de la inconsciencia más profunda.